
Nuevamente observaba el atardecer en el balcón de su habitación. Esa misma tarde había ido al Teatro con el joven caballero que tantos suspiros le robaba. Lágrima no podía dejar de sonreir si a Sir León se referían tales pensamientos, que, asi era. Apoyó su mejilla en su mano, cerró los ojos, y procuró que la brisa otoñal la llevara lejos, con su compañero; se distrajo recordando la primera vez que se habían visto. Su habla, esa voz que tanto la tranquilizaba, tan segura, tan calma, tan...
Mi muy mansa Majestad- una voz la interrumpió- mi melancolía me manda muy mañosamente. Mis mejorías, Majestad.
Se dió vuelta, asustada. ¿Quién había sido? ¿Cómo había entrado? Echó un vistazo por toda la habitación en penumbras, nadie. Esa voz no la conocía, era áspera y aguda. Su mirada se detuvo en la mesa de cristal negro, ahí, pulcramente tallada, una copa de plata con incrustaciones en azabache llamaba a la Princesa. En su interior, un líquido rojo sangre brillaba como rubí... ¿Estaría realmente enferma? Acercó la copa a sus pálidos y temblorosos labios, bebió un poco.
Al instante, se desvaneció.
~Lágrima
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